Tras dos años con la imposibilidad de poderse realizar por las limitaciones de la pandemia, el madrileño Tomavistas volvió este año a pleno rendimiento, en la que ha sido su sexta edición. Con dos cambios notables a mencionar. El primero, relativo a su ubicación: del Parque Tierno Galván al recinto de la Feria de Madrid. Y el segundo, con una apuesta musical en su primera jornada del jueves, de marcado carácter urbano y juvenil.
Los tiempos cambian, las modas cambian, y la irrupción en los últimos años de los grupos y solistas abanderados de la música urbana, el “bedroom pop”, el trap o la electrónica, obligan a redefinir la concepción clásica de los festivales “indies” entendidos hasta la fecha. Y es que, muy probablemente, el “indie” tal cual lo entendíamos, ha muerto. Los integrantes de los grandes grupos nacionales representativos del sonido indiepop nacional de los últimos veinte años peinan ya canas, al igual que sus seguidores, y su presencia constante en los festivales de referencia de la última década, acabaron por saturar el mercado y romper la gallina de los huevos de oro de la concepción festivalera tal cual la conocíamos.
Un público muy joven, nativo de redes sociales, cultura urbana y referentes de su edad, venía pidiendo hueco en estas citas festivaleras; de tal modo que el jueves en el Tomavistas tuvieron su jornada especialmente dedicada. Rigoberta Bandini, Alizzz, Cupido, Cariño, Sen Senra, Trashi o Putochinomaricon hicieron suyos los tres escenarios, dos grandes y uno pequeño, para reivindicarse ante un aforo que difícilmente llegaba a los treinta años de edad. Un público joven, de niñas y niños guapos, de ver y dejarse ver, de brillantina en los pómulos y de stories para el Insta, que corearon y vivieron cada uno de los conciertos con la pasión y la energía propias de la edad.
En lo musical, destacar el innegable show de Rigoberta Bandini, con unas melodías pop armonizadas por una coreografiada puesta en escena y un juego de luces que invitaban a no quedarse quiet@. Alizzz y Sen Senra por su parte demostraron una potente solvencia musical y una presencia en el escenario que conjuga a la perfección el desparpajo de los jóvenes músicos y la comunión con un público fiel y conocedor de cada uno de sus estribillos. La aparición inesperada de C. Tangana durante el tema “Ya no vales” de Alizzz hizo estallar al respetable y llenó la explanada de móviles encendidos.
Como suele ocurrir con frecuencia en las citas festivaleras, los grandes descubrimientos y las pequeñas joyas vienen en frascos pequeños. Y así fue en esta jornada cuando Chenta Tsai, alma máter de PUTOCHINOMARICON, inundó el más pequeño de los escenarios con un despliegue de electrónica en un desenfreno musical y de hiperactividad corpórea, acompañado por un cuerpo de baile y una estética transgresora cual pasarela de moda underground. El artista multidisciplinar tiene un coco bien amueblado y lo demuestra.
La jornada del viernes fue como cambiar de festival. El joven público del jueves desapareció en su mayoría, siendo sustituido por aquel más propio de las citas festivaleras clásicas: treinteañer@s, cuarenton@s, y más. Con el problema de la masificación de las barras de bebida solucionado con respecto al día anterior, el cartel arrancó con las propuestas de Yawners, Goat Girl y Biznaga, siendo como en el día anterior la actuación de The Haunted Youth en el escenario pequeño lo más estimulante del día antes de que cayera la noche. Los belgas sonaron muy bien y desplegaron sus elegante armonías atmosféricas, que recuerdan a los Slowdive o incluso los Cure. Su tema Shadows es simplemente, una maravilla.
Los madrileños Carolina Durante fueron la banda que dio paso a la noche, con su punk-rock guitarrero y desenfadado. Tras ellos, las propuestas internacionales se fueron sucediendo in crescendo. Primero, con el tejano Kevin Morby, que con un sonido puramente americano enraizado en la cultura folk, entregó un concierto elegante, relajado, pero algo aburrido para un público que decidió que era buen momento para charlar de lo divino y lo humano.
Fueron los británicos Suede, banda icónica del brit-glam, los que prendieron, a falta de unos minutos para la medianoche, la mecha del rock guitarrero y elegante, con un Brett Anderson que sigue (y así lo llevamos viendo en los directos más de dos décadas), con su magnética energía y vitalidad de frontman, liderando una puesta en escena a su mayor gloria. Entregaron un concierto para los muy fans, con sus temas más guitarreros, pero también con algunas de sus melancólicas baladas como el “The 2 of us”, contenida en su icónico “Dog man star”.
El pulso británico lo había inundado ya todo y solo hubo que desplazarse lateralmente al otro escenario grande para dar paso a los de Reading. Los Slowdive, que comparten año de formación con Suede (1989), desplegaron su elegante, atmosférico y sereno rock progresivo, en un concierto que invitaba a cerrar los ojos y dejarse llevar. Desafortunadamente, los medios tiempos y bajo volumen de sus primeros temas parecieron a muchos asistentes propicios para hablar mientras tanto, desvirtuando una experiencia musical que demandaba un silencio, un respeto y una atención especial. Poco a poco la banda fue elevando su nivel e intensidad, llegando a inundarlo todo con un sonido inmersivo, acompañado por una acertada puesta en escena lumínica.
La jornada del sábado siguió la tendencia marcada el día anterior. Propuestas como The Marías o Camellos para arrancar a primera hora, mientras la gente aún permanecía sentada en las zonas verdes, para dar paso después… a la lluvia. Porque no habían terminado lo madrileños de tocar cuando el cielo comenzó a ponerse negro, a soplar un viento cada vez más intenso, y a liarse como el cielo presagiaba, con una tormenta de verano adelantado que interrumpió toda actividad musical y eléctrica. Para proteger el equipo fotográfico, los de yotambiensoyindie nos refugiamos durante un buen rato en una letrina, en la que fue toda una nueva “experiencia” festivalera (no diremos que muy agradable), después de más de dos décadas acudiendo a festivales.
No pintaba bien la cosa. El agua caía con fuerza y la nube negra de la cancelación total sobrevolaba el festival. Sin embargo, poco a poco la lluvia fue amainando y tras una larga espera, en la que el festival tornó a fundido a negro, se pudieron retomar los conciertos; eso sí, viéndose penalizados los Kings of Convenience, cuyo concierto tuvo que ser cancelado, no sin entregar un pequeño e improvisado acústico a unas cuantas personas congregadas al pie del escenario.
Los londinenses Shame fueron los que volvieron a poner decibelios a la noche, con su rock alternativo inequívocamente británico y La Plata daba muestras de su calidad y de su personal estilo a la misma hora en el escenario pequeño. En el escenario contiguo se montaba lo que vendría a ser el plató para la escenificación musical, dialéctica y postural del genio tras la marca “JARV IS”, el icónico ex lider de Pulp, Jarvis Cocker.
Especialmente simpático, con unas chuletas en español escritas en unos deslavazados folios, que arbitrariamente alternaba con un entendible inglés, el de Sheffield se subió a una tarima elevada y ahí comenzó el show de su espigada figura. Dando buena muestra de su ya popular elegancia en el posar, entregando así infinidad de buenas instantáneas a los periodistas gráficos, Jarvis más que un concierto dio un recital. Acompañado por delicados instrumentos de cuerda como un arpa y un violín, el artista entregó una buena cantidad de melodías casi narradas, cual poeta de voz intensa, que vivimos con especial atención quienes ocupábamos las primeras filas, pero en las que quizá costó entrar conforme aumentase la distancia del público al escenario, toda vez que no olvidemos que estábamos asistiendo a un festival al aire libre y a más de veinte grados.
Pero es que, como todo gran artista en su etapa en solitario, post éxito arrollador con su banda de origen, Cocker hace lo que le apetece. Y en el Tomavistas se le vio especialmente cómodo y entregado a la causa, dejando al margen los temas de Pulp y centrándose especialmente en su disco “Beyond the Pale” (2020). Fue bien entrado el concierto cuando, conviniendo con el público, le metió un poco de chicha al tema, se colgó la guitarra, subieron las pulsaciones de la batería, y dio comienzo el rock glam más intenso y de recuerdo pasado.
Terminó el sábado y esta edición del festival con los ritmos bailables de Le Boom y Jungle, en una cita que albergó a algo más de 20.000 personas y que puso de manifiesto algunas situaciones y reflexiones. En primer lugar y como comentábamos al comienzo, el cambio de paradigma musical en lo que a festivales se refiere. Los escenarios que ya estaban a rebosar veinte minutos antes de que comenzase el concierto, en ávida espera, no fueron los que albergaron a Suede o a Jarvis. Fueron en los que actuaron Rigoberta Bandini o Alizzz. El público joven ha tomado el relevo y lo ha hecho con fuerza. Siguen a los nuevos referentes de la música urbana con la misma fidelidad que antaño lo hacíamos los nacidos en los 70 con las grandes bandas del rock británico y americano. Y son públicos que no se mezclan. Cada grupo de edad acude a ver a sus referentes musicales. No estamos del todo seguros de si esto es bueno o no.
@fernando_cobo